viernes, 4 de marzo de 2016

La ajetreada vida de Robert el Rinoceronte Parte 3

Robert se despertó un día más en su diminuto apartamento. No estaba acostumbrado a no tener que madrugar. A tener que afeitarse a toda prisa. A engullir su desayuno.
Tras subir la persiana de su pequeña ventana, sus ojos se acostumbraron a la luz solar. Quizá por miedo a no encontrar una respuesta esperanzadora aun no se había hecho la primera pregunta que debía hacerse: ¿Y ahora qué?

Él sabía que no había una salida fácil cuando mandas al cuerno tu vida laboral como había hecho él.
Ni podía ni quería volver a ese trabajo aunque ello significase vivir limpiando retretes en un local de mala muerte.
Aun con todos esos pensamientos revoloteando por su mente como insectos a la vera de una bombilla, se vistió, pero esta vez no se puso el traje y la corbata. Esta vez bastó con unos vaqueros y una camiseta descolorida.


Se dio cuenta, de paso, que su armario no era precisamente un ejemplo de variedad y decidió que era hora de renovarlo.
Pensó que solo no haría nada bueno, pues en estos momentos cualquiera necesita compañía para salir adelante y Robert sabía a quién iba a llamar.

Eran amigos desde cachorros pero hacía meses que no se veían durante largo rato para charlar y beber juntos. Charles estaba como siempre. Orejas gigantes que le iban de lujo para aguantar sus sempiternas gafas de sol. Robert está seguro de que pocas veces le ha visto sin ellas. Colmillos afilados y elegantes y una trompa afinada y recogida al cuello cual bufanda de cuero. Ese era Charles el elefante.

Era hora de ponerse al día con su viejo amigo.

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